lunes, 25 de julio de 2011

Corrida de Garcigrande y Domingo Hernandez

Hubo Puerta Grande. La gente la quería e hizo fuerza para que se abriera. Miró para otro lado la colocación de las estocadas y aplaudió detalles y pinceladas como si de tandas rotundas se tratase. El público es soberano y así hay que aceptarlo, más en la fiesta de los toros. 
Por otra parte es normal que así suceda en días de expectación. La plaza se llena, como fue el caso, para disfrutar con la actuación de sus toreros pase lo que pase. Y lo que pasó fue que los toros de Domingo Hernández no dieron el juego esperado. La mayoría adolecieron de casta, y varios de ellos acabaron rajados en tablas. Sacó complicaciones y peligro el quinto, y se dejó el cuarto.
Bajo mínimos el resto; demasiado poco para tarde tan señalada. Y gracias que los toreros, curtidos en mil batallas, taparon muchos de los defectos que sacó la corrida. Lo que no pudieron tapar fue la deficiente presentación de alguno de los ejemplares, sobre todo el que salió en tercer lugar.
Se protestó enérgicamente la presencia de este toro, un animal escurrido, sin remate. Mientras unos gritaban ‘sardina' otros chillaban ‘cabra'. Fuere lo que fuere, el de Domingo Hernández se puso a embestir rebrincado, lo que provocó que, en principio, la primera faena de Manzanares no cogiese vuelo. Al contrario, surgió con demasiadas intermitencias hasta las tandas finales, que calaron especialmente por la firmeza del torero ante esa movilidad incómoda del burel . Intentó matar recibiendo, y lo consiguió al segundo envite con una estocada caída, lo que no fue óbice para que le concedieran una oreja.
El que cerraba festejo amenazó con marcharse a tablas ya en la segunda tanda. Lo aguantó Manzanares en los medios para brindar la tanda más vibrante de la faena, llevándolo muy toreado. Pero, como era de esperar, el astado se rajó, y al hilo de las tablas hubo trincheras y molinetes con pellizco. Volvió a matar de estocada baja recibiendo, y de nuevo importó poco para la concesión de la oreja que le daba derecho a salir en hombros.
A punto estuvo Enrique Ponce de cobrar premio gordo. Fue en el cuarto de la tarde, un animal tan manejable como de desiguales embestidas, lo que imposibilitó que la faena cogiese pronto el ritmo que era de desear. Así, el valenciano llevó a cabo una labor siempre a más, que creció en intensidad mediado su quehacer, cuando consiguió firmar un manojo de pases largos y ligados, primero por el pitón derecho y después al natural; luego en los circulares, en los cambios de mano marca de la casa y finalmente en las ‘poncinas' finales. Pero cuando tenía rendida la plaza, lo echó todo a perder por fallar con los aceros.
Su primero fue un auténtico mulo, que ya de salida cantó su condición de abanto y nula fijeza. Inició Ponce su faena ‘sobándolo', llevándolo a media altura, intentando convencerle de que embistiera. Protestó el astado cuando el de Chiva se decidió a bajarle la mano algo más, y si no se la bajaba pasaba tontuno en vez de embestir como se supone que debe hacerlo un toro bravo.
No tuvo clase el primero del lote de El Juli, ni estuvo sobrado de casta. Amagó con rajarse desde el principio, y el madrileño puso en práctica la estrategia de dejarle la muleta siempre puesta en la cara, provocar sus arrancadas con un toque firme y seco, y tirar de él llevándolo muy tapado. Faena de raza y de mando, de crecerse ante las dificultades y de demostrar autoridad. Por momentos hubo ligazón y pases sorprendentemente largos. Pero lo que iba para oreja, se diluyó por haber pinchado antes de cobrar una estocada.
Volvió a perder la posibilidad de tocar pelo ante el quinto por su deficiente uso de estoque y descabello. Fue éste el ejemplar más ofensivo de la tarde, que además resultó una auténtica prenda. Embestía a oleadas, arrollando. En ocasiones pegaba un tornillazo, en otras desparramaba la vista. El Juli le robó un puñado de pases a base de exponer mucho, de imponerse. Faena de maestro avezado y pundonoroso.
info: Burladero

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